“Tengo derecho a los milagros”. -Escucho esta mañana y me pongo a temblar. ¿Yo? No me siento acreedor de tanto-. “Tu derecho a los milagros no se basa en tus ilusiones acerca de ti mismo. No depende de poderes mágicos ni de rituales. Es inherente a la verdad de lo que eres y de lo que Dios, tu Padre, es. Tu derecho a los milagros se estableció en tu creación y está garantizado por las leyes de Dios”. -Agradezco estas correcciones que estabilizan mi mente y continúo-: “Se te ha prometido total liberación del mundo que construiste”. -Y al leerlo surgen mis resistencias a perder lo que me gusta de este mundo y que incluso me parece santo. Eso que no quiero perder, lo que quiero llevarme al cielo, son mis trabas a los milagros. ¡Ay, que claro lo veo!

Comienzo mi practica repitiendo con decisión la lección tratando de aprenderla; sólo pido lo mío, cuando lo recibo lo hago en nombre de todos, pues nadie ha de perder para que yo gane. “Los milagros no obedecen las leyes del mundo”. -Conoceré el milagro porque al llegar, todos ganan. Y de ese modo voy soltando mi especialismo. Esa es la Voluntad de Dios, que todos tengan todo-. “Espera en silencio la ratificación de que se te ha concedido tu petición”. -Ésta es una petición real y así será la respuesta. Y parece que me quedo convencido-.

Entre horas usaré la frase frecuentemente; “Tengo derecho a los milagros”. Frente a cada situación que lo requiera expondré mi derecho. “Recuerda que no te debes conformar con nada que no sea la respuesta perfecta. Si te asaltan tentaciones, di de inme­diato: No intercambiaré milagros por resentimientos. Quiero únicamente lo que me pertenece. Dios ha establecido mi derecho a los milagros”.

Joseluis