“Tan sólo puedo atacar mi propia impecabilidad, que es lo único que me mantiene a salvo”. Sí, es ahí donde me duele, en mi impecabilidad mancillada. Tengo una lista larga de transgresores que testifican mi impecabilidad perdida. Cada uno representa una condena a muerte. Es una situación insostenible porque aún mantengo el recuerdo de mi santidad y ambas son incompatibles. Tratando de aliviarme inventé la ocultación y el disimulo, pero no lo consigo. Estoy tan identificado con el transgresor que definitivamente pienso que perdí mi inocencia … y yo con ella. Y cada cosa que hago, cada movimiento, cada pensamiento afirman mi culpa y mi indignidad. No puedo salir de ahí ¡Ay, Padre lo que perdí es mi cordura! Jamás pude cambiar mi creación ni ninguna de sus características, apenas lo soñé y me aterran mis pesadillas. Mi santidad es mía porque Tú me la diste y la sostienes para mí. Hoy, de Tú mano, corregiré mi pensamiento y mi locura.

Padre, Tu Hijo es santo. Yo soy aquel a quien sonríes con un amor y con una ternura tan entrañable, profunda y serena que el universo te devuelve la sonrisa y comparte Tu Santidad. Cuán puros y santos somos y cuán a salvo nos encontramos nosotros que moramos en Tu Sonrisa, y en quienes has volcado todo Tu Amor; nosotros que vivimos unidos a Ti, en completa hermandad y Paternidad, y en inocencia tan perfecta que el Señor de la Inocencia nos concibe como Su Hijo: un universo de Pensa­miento que le brinda Su plenitud. -Y lo repetiré como un credo hasta despertar.-

-Jesús me propone-: “No ataquemos, pues, nuestra impecabilidad, ya que en ella se encuentra la Palabra que Dios nos ha dado. Y en su benévolo reflejo nos salvamos”. -Amén.-

joseluis