“Mi impecabilidad me protege de todo daño”. La única corrección que tengo que introducir en mi mente es ésta, el reconocimiento de mi ser impecable. ¡Qué lejos estoy! Y repito, mi impecabilidad como mi santidad me protegen, me hacen invulnerable. Parece que recorro un largo camino para encontrarme con esta verdad. Sí, debe haber en mi naturaleza una impecabilidad olvidada pero intacta, enorme que abarca todas mis características y me hace inmune a cualquier ataque o merma de mi felicidad.

“Mi impecabilidad garantiza mi perfecta paz, mi eterna seguri­dad y mi amor imperecedero; me mantiene eternamente a salvo de cualquier pensamiento de pérdida y me libera completamente del sufrimiento. Mi estado sólo puede ser uno de felicidad, pues eso es lo único que se me da. ¿Qué debo hacer para saber que todo esto me pertenece? -Y me contesta-: “Acepta la Expiación para ti mismo, y nada más. Dios ha hecho ya todo lo que se tenía que hacer”. -Nunca se me pidió menos, todo está ya hecho-. “Lo que tengo que aprender es a no hacer nada por mi cuenta, pues sólo necesito aceptar mi Ser, mi impecabilidad, la cual se creó para mí y ya es mía, para sentir el Amor de Dios protegiéndome de todo daño, para entender que mi Padre ama a Su Hijo y para saber que soy el Hijo que mi Padre ama”. -Que me lo aprenda, que me lo aprenda-.

            “Tú que me creaste en la impecabilidad no puedes estar equivocado con respecto a lo que soy. Era yo quien estaba equivocado al pensar que había pecado, pero ahora acepto la Expiación para mí mismo. Padre, mi sueño termina ahora. Amén”.

                                                                                                                                joseluis