“El pasado no existe. No me puede afectar”. ¡Cuántas veces he oído esto mismo! lo repito como si me lo creyese, pero lo siento zumbando en mi cabeza. No me lo puedo sacar, todas mis amenazas proceden de él. Sí, el pasado pasó, pero sus consecuencias no, modelan mi vida y mis actos. ¿Será que mi presente está formado por mi pasado? Realmente nunca me desprendí de él, me acompaña en forma de experiencia. Me siento más seguro cuanto más aprendí del pasado, porque mi actual vida es todo un movimiento tratando de mejorar, evitar o repetir las experiencias vividas. Me vengo abajo al reconocerlo. A esto es a lo que yo llamo vida; una lucha para enmendar el pasado, y de esa forma no salir de él. ¡Ay! Resulta que sin mis recuerdos estaría mejor. Lo repito ahora como un decreto, “El pasado ya pasó. No me puede afectar”. Y lo decreto ininterrumpidamente.

            “A menos que el pasado no exista en mi mente, no podré contemplar el mundo real. Pues en ese caso no estaría contemplando nada, sino viendo lo que no está ahí. ¿Cómo podría entonces percibir el mundo que el perdón ofrece? El propósito del pasado fue precisamente ocultarlo, pues dicho mundo sólo se puede ver en el ahora. No tiene pasado. Pues, ¿a qué se le puede conceder perdón sino al pasado, el cual al ser perdonado desapa­rece?”.

            “Padre, que no contemple un pasado que no existe. Pues Tú me has ofrecido Tu Propio sustituto: un mundo presente que el pasado ha dejado intacto y libre de pecado. He aquí el final de la culpa. Y aquí me preparo para Tu paso final. ¿Cómo iba a exigirte que siguieses esperando hasta que Tu Hijo encontrase la belleza que Tu dispusiste fuese el final de todos sus sueños y todo su dolor? –Sólo tiembla en mí la parte que cree que es su pasado. Me sostengo en mi decreto-.

joseluis