“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal y como Dios me creó”. -Las píldoras del fin del mundo y de la Vida. Dos extremos de un segmento imposible. Uno real, el otro, un intento vano. Como cada mañana, me aplico con entusiasmo el tratamiento prescrito. Estoy feliz oyéndome repetirlo, aplacado por un momento el mundo y sus manifestaciones, con eso es suficiente, en voz baja, susurrando, apenas para escucharme… y me complazco-: “No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal y como Dios me creó”. -Si no soy un cuerpo, este mundo no existe, y me parece imposible, pero me complazco-.

“Soy el santo Hijo se Dios Mismo”. -Como una continuación. Puedo decirlo sin reservas, abiertamente… y me complazco-. “En silencio y con verdadera humildad…” -sin aparentar lo que no soy, no haciéndome pequeño sino permitiéndome ser-. “…busco la gloria de Dios a fin de contemplarla en el Hijo que Él creó como mi Ser”. -La gloria de Dios… ¡Qué sé yo lo que eso! Para contemplarla dentro de mí nada menos. Si lo supieras no la tendrías que pedir, me contestan, y me calmo-. “Soy el santo Hijo se Dios Mismo”. -Repito, y se van apagando las luces del mundo… y me complazco-.

“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal y como Dios me creó”. -La repetición de estas frases calmada y pautadamente me traslada de lugar. Se convierten en un mantra que atrae mi atención, me calma y me transporta-: “No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal y como Dios me creó”. -Ésta es por ahora mi tarea, los deberes del Maestro que acepto sin cuestionar… y me complazco-.

Joseluis