“Estoy decidido a ver”. Parece una obviedad.  Y me dice; deseas ser feliz, la paz y la salvación, pero me apunta: No lo has logrado todavía porque tu mente no tiene ninguna disciplina, y no puedes distinguir entre la dicha y el pesar, el placer y el dolor, o el amor y el miedo”. No tener disciplina me suena, pero no distinguir lo que me gusta de lo que no, me parece una exageración y continúo.

Me hace ver que hasta ahora apenas se ha pedido esfuerzo para hacer los ejercicios, pero que: “No cometas el error de creer que el pequeño esfuerzo que se te pide es una indicación de que nuestro objetivo es de poco valor”. -¡Qué buena apreciación, tan acostumbrado como estoy a creer que el regalo está en función del esfuerzo que se me pide!-

“Tu decisión de querer ver es todo lo que requiere la visión. Lo que quieres se te concede”. -¡Qué fácil me lo pone! Mi experiencia me dice que no puede ser cierto y tengo que acallarla, ¿no estoy tratando de aprender algo diferente? La lectura me apoya-: “Con tu decisión de querer ver, se te da la visión”. -Y prosigo, hoy sólo tengo que repetirme la lección-; “Estoy decidido a ver” -Eso implica aceptar que ahora no veo y me supone una apertura para otro tipo de visión-.

     “Repite la idea de hoy lentamente y a conciencia por lo menos dos veces por hora, y trata de hacerlo cada media hora. No te desanimes si se te olvida hacerlo, pero esfuérzate al máximo por acordarte”. –Lo haré, trataré de hacerlo, estaré atento-. “Las repeticiones adicionales deben aplicarse a cual­quier situación, persona o acontecimiento que te perturbe”. –Seguro que el día me brinda más de una ocasión dolorosa-. “Pue­des verlos de otra manera, y los verás. Verás lo que desees ver. Ésta es la verdadera ley de causa y efecto tal como opera en el mundo”. -Amén-.

Joseluis