“Comparto con Dios Su Voluntad de que yo sea feliz”. Parece obvio, pero subyace en mi mente una conciencia de culpa oculta que lo pervierte todo, como si para alcanzar la felicidad tuviera antes que purgar por ella y ser digno de presentarme radiante ante Dios a pedir lo que me corresponde, y me sale al paso: “…el dolor no tiene objeto, ni causa, ni poder alguno con que lograr nada. No puede aportarte nada en absoluto. No te ofrece nada y no existe”. Corto y claro como acostumbra.

Me propone varias practicas consecutivas para encontrar la felicidad que la Voluntad de Dios ubico en mí. No hay nada que limpiar, ni el pecado ni la culpa existen, la felicidad es de acceso directo por Voluntad del Padre. Tendré que repetirlo muchas veces, como las faltas ortográficas de mi infancia: “Comparto con Dios Su Voluntad de que yo sea feliz. Y acepto ahora la felicidad como mi función”. -Mis cinco minutos por hora-.

Buscaré mi función hasta el fondo de mi mente; “pues está ahí, esperando tan sólo tu decisión. No puedes dejar de encontrarla una vez que te des cuenta de que ésa es tu deci­sión y de que compartes con Dios Su Voluntad. Sé feliz, pues tu única función aquí es la felicidad. No tienes por qué ser menos amoroso con el Hijo de Dios que Aquel Cuyo Amor lo creó tan amoroso como Él Mismo”.

Entre horas recordaré que acepto la felicidad como mi única función aquí, en la seguridad que mientras lo hago me estoy uniendo a la Voluntad de Dios”.

Joseluis