“Yo estoy en mi hogar. El miedo es lo que es un extraño aquí”. -Tan acostumbrado estoy al miedo y a lo que conlleva, que apenas puedo imaginarme vivir sin él-. “Identifícate con el miedo… y no te conocerás”. -Sí, ahí estoy asustado y perdido-. Hay un extraño contigo que procede de una idea ajena a la verdad hablando un idioma distinto, percibiendo un mundo que la verdad desconoce y juzgándola como carente de sentido. No reconoce a quien visita, y sin embargo, sostiene que su hogar es suyo, haciendo que tú seas un extraño”. -De ahí debe llegarme. ¡Qué locura! y, ¿Por qué está aquí? Tú lo invitaste, me dice, creyendo que podría existir otro hogar más acorde con tus gustos ¡Ay! ¿Quién soy realmente?-.

Quien pregunta está perdido “… a menos que un milagro venga y le muestre que no lo está. Y el mila­gro vendrá. Pues su Ser sigue morando en su hogar y no ha invitado a ningún extraño ni se ha confundido con ningún pensamiento ajeno a Él, e invocará lo que es Suyo a Sí Mismo en reconocimiento de lo que es Suyo”. -¡Qué belleza, qué lo haga! Alguien sostiene la certeza por mí.

Da gracias de que Cristo haya venido a buscar lo que es Suyo. Su visión no ve extraños y se une a los Suyos con júbilo. Aunque Ellos lo ven como un extraño, pues no se conocen a sí mismos”. -¡Qué cosa extraordinaria! Quiero estar ahí con Él, en mi hogar, y reconocerlo, quiero desmontar la locura-. Cristo no se olvida de ti y no deja de darte a tus hermanos para que los recuerdes, de forma que tu hogar pueda ser pleno y perfecto, tal como fue instituido. Mas no lo podrás recordar hasta que contemples todo como Él lo hace. Si niegas a un hermano lo niegas a Él, y, por lo tanto, renuncias el don de la visión mediante el cual puedes reconocer su Ser claramente, recordar tu hogar y alcanzar la salvación”. -Dame tu visión porque me quiero salvar-.

joseluis