“La luz, la dicha y la paz moran en mí”. -Y yo sin saberlo- “Crees ser la morada del mal, de las tinieblas y del pecado”. -Más o menos-. “Piensas que si la verdad acerca de ti te fuese revelada, te sobrecogería un horror tan grande que te apresurarías a quitarte la vida”. -Sí, es un temor agazapado y oculto, al que ni siquiera quiero mirar-. “Esos pensamientos no concuerdan con la Voluntad de Dios. Él no los comparte”. -Debería bastarme eso, pero no alcanzo a abarcar su contenido ¿Que hago?- “Tu impecabilidad está garantizada por Dios. Esto tiene que repetirse una y otra vez, hasta que se acepte”. -¿Repetirlo, sólo repetirlo?-
“La salvación requiere que aceptes un solo pensamiento: que eres tal como Dios te creó, y no lo que has hecho de ti mismo”. -Mis prácticas deben ser los cinco primeros minutos de cada hora repitiendo-: “La luz, la dicha y la paz moran en mí. Mi impecabilidad está garantizada por Dios”. –Tratando de olvidar la imagen que tengo de mí y de experimentar la unidad de mi único Ser, de apreciar Su santidad y el Amor del que fue creado. Trataré de no ser un obstáculo para el Ser que Dios creó como lo que soy, ocultando Su majestad tras los insignificantes ídolos de maldad y de pecado con los que lo he reemplazarlo-. “Permítele venir ahí donde le corresponde estar. Ahí estás tú; Eso es lo que eres. Y la luz, la dicha y la paz moran en ti porque esto es así”.
Si no pudiera dedicar los cinco minutos me pide, al menos repetiré cada hora: La luz, la dicha y la paz moran en mí. Mi impecabilidad está garantizada por Dios”. -Y sostenerlo al menos un minuto en la mente hasta cobrar conciencia de ello. Si me siento tentado a enfadarme con alguien usaré: “La luz, la dicha y la paz moran en ti. Tu impecabilidad está garantizada por Dios”.
Joseluis
Gracias, gracias