Para la primera sesión larga: “Mi única función es la que Dios me dio”. No tengo otra. Reconocerlo es el fin de mis conflictos, pues con un sólo propósito, siempre estaré seguro de lo que debo hacer, decir o pensar. Las dudas desaparecen al reconocer que mi única función es la que Dios me dio. Durante quince minutos repito e interiorizo la lección, los razonamientos en lo que se apoya y las consecuencias que tiene para mí, y al menos mientras lo hago, sé que todo es cierto y me calmo.

Para la segunda sesión larga:             “Mi función y mi felicidad son una”. Todo lo que proceden de Dios es lo mismo pues proceden de la Unicidad* y así tiene que ser recibido. Desempeñar mi función es mi felicidad porque ambas cosas proceden de la misma Fuente. Debo aprender a reconocer lo que me hace feliz para encontrar mi felicidad. También quince minutos para reconocer, mientras repito interiormente la lección, la consistencia de lo que dice y reconocer que cuando no cumplo con mi función estoy literalmente perdiendo el tiempo.

Para las cortas de la mañana reafirmaré mi determinación frente a lo que parezca atacarme con la idea original y las siguientes variaciones: Mi percepción de esto no altera mi función. Esto no me confiere una función distinta de la que Dios me dio. No me valdré de esto para justificar una función que Dios no me dio.

Por la tarde: Esto no puede separar mi felicidad de mi función. La unidad que existe entre mi felicidad y mi función no se ve afectada en modo alguno por esto. Nada, incluido esto, puede justificar la ilusión de que puedo ser feliz si dejo de cumplir mi función.

Joseluis

* N.T. A la palabra “unicidad”, que de acuerdo al Diccionario de la Real Academia Española significa “calidad de único”, se le ha dado aquí un nuevo significado. En la presente obra se ha utilizado “unicidad” exclusivamente para traducir la palabra inglesa “oneness” en su acepción de: “calidad, estado o hecho de ser uno”.