“Mi santidad bendice al mundo”. Apenas noto diferencia con la de ayer: “Tu propósito es ver el mundo a través de tu propia santidad” -escucho maravillado. De esta forma-: Nadie pierde; a nadie se le despoja de nada; todos se benefician a través de tu santa visión. Tu santa visión significa el fin del sacrificio porque les ofrece a todos su justo merecido”. Me cuesta imaginarme tanto, ¿sin nadie pierda, sin esfuerzos, sin revoluciones, sin muertes? Tan contrario a mi actual vida que difícilmente puedo sostenerlo. “No hay ninguna otra manera de poder eliminar la idea de sacri­ficio del pensamiento del mundo”. Me ofrece todo por un simple cambio de actitud; la renuncia a ver culpables y a sentirme víctima.

“Tu santidad es la salvación del mundo. Te permite enseñarle que es uno contigo, sin predicarle ni decirle nada, sino simplemente mediante tu sereno reconocimiento de que en tu santidad todas las cosas son bendecidas junto contigo”. Digo sí y me pongo a la orden.

Cierro los ojos para centrarme en la frase, y después, con ellos abiertos, comienzo a bendecir mi mundo próximo: Mi santidad bendice mi ordenador. Mi santidad bendice la lámpara… y barnizo con mi bendición la habitación que ocupo. Después los cierro y bendigo a las personas que acuden a mi mente: Mi santidad te bendice Lucía, mi santidad te bendice mamá… acuno y abrazo a los que me rodean. Acabo indistintamente con los ojos cerrados o abiertos con mi mundo exterior y las personas que acudan a mi pensamiento. Cuatro veces hoy de cinco minutos.

En los intervalos: “Es esencial usar la idea si alguien parece causarte una reacción adversa. Ofrécele tu bendición de inmediato, para aprender a conser­varla en tu conciencia”.

Joseluis