“Mi santidad envuelve todo lo que veo”. -Me cuesta sostener este pensamiento ¡Mi santidad! Me dan ganas de salir corriendo. Qué huérfano me siento de ella y cómo la extraño ahora que la cito. Sigo leyendo-: Eres santo porque tu mente es parte de la de Dios”. -Sí, eso es incuestionable. Si formo parte de Su mente tengo que ser tan santo como Él, pues de otro modo parte de Su mente no lo sería. Y eso también es insostenible. Voy tomando tierra-. “O bien eres impecable o bien no lo eres”. – Repito tratando de afianzar mi frágil estructura mental-. “Tu visión está vinculada a Su santidad, no a tu ego, y, por lo tanto, no tiene nada que ver con tu cuerpo”. -Estamos hablando de la visión, no de la vista, y parece que me tranquilizo cuando hago la diferencia-.

Hoy debo cerrar primero los ojos y repetir la lección. Luego abrirlos y aplícala lentamente a lo que me rodea: Mi santidad envuelve mi ordenador… Mi santidad envuelve mi lámpara… Mi santidad envuelve mi ventana… Y me voy escuchando citar mi santidad como si fuera mía y tranquilizándome. Puedo verlo todo de otra forma. Cuando cito mi santidad parece como si bendijera y me complazco. Varias veces debo repetir el ciclo hasta los 5 minutos que me pide. Y repartir hoy cuatro sesiones de práctica.

Y para asegurar mi protección durante el día, debo practicar igualmente con lo que me llame la atención, cerrando los ojos primero para conectarme con esa santidad recién descubierta y usándola después para ver las cosas con otros ojos diferentes. No sé mucho que estoy haciendo, pero lo hago esperanzado.

Joseluis