“Dios está en todo lo que veo porque Dios está en mi mente”. Esta frase hace que me sienta más completo y seguro. Ayer fue el pilar de la visión lo que puse, hoy me dice que es el trampolín. Por medio de esta idea el mundo se abrirá ante ti, y al contemplarlo verás en él lo que nunca antes habías visto. Y lo que antes veías ya no será ni remotamente visible para ti”. ¡Que descanso!

Cita una nueva “proyección” y es importante el detalle, porque me lleva usar mi mente recta, la que ocupa el Espíritu. Ya no tengo que desechar lo que no me gusta: En lugar de ello, trata de ver en el mundo lo que está en tu mente, y lo que desees reconocer se encuen­tra ahí. Así pues, estarás tratando de unirte a lo que ves, en vez de mantenerlo separado. Ésa es la diferencia fundamental entre la visión y tu manera de ver”. Hoy voy a realizar por primera vez prácticas con mi mente recta, usaré la visión que tiene el Espíritu Santo para todas las cosas con las que mi mente errada puebla mi mundo. Será una invitación a que únicamente el mundo feliz ocupe mi mente.

La aplicación es sencilla: “Cada vez que tengas un momento, repítela lentamente para tus adentros, mirando a tu alrededor y tratando de comprender que la idea es aplicable a todo lo que ves ahora o podrías ver ahora si estuviese al alcance de tu vista”. Llama a esta nueva visión, verdadera. No está limitada por conceptos de “cerca” o “lejos” ni por el espacio. La mente es su única fuente. Me pide además que dedique varios momentos a aplicarla con los ojos cerrados a temas que lleguen a la mente. Precioso ejercicio donde fácilmente pude sustituir los finales desastrosos por felices.

Joseluis