“Dios está en todo lo que veo”. Me apunta una perspectiva inusitada, sin fondo. No lo aparenta. “Ciertamente Dios no está en una silla tal como tú la ves”. Así me saca de mi estupor. Por eso debo repetirla hasta cambiar mi visión. Puede que Dios esté en todo lo que veo, pero aún no lo veo. Me llega un fastidio largo y una esperanza. Perseveraré en el ejercicio y recuerdo, no se puede citar el nombre de Dios en vano, cuando le cito se trae la luz. Por eso me dice: “La idea de hoy es el pilar de la visión”. Y me quedo expectante ¿Cómo lo hago?
“Trata hoy, pues, de comenzar a aprender a mirar a todas las cosas con amor, con aprecio y con una mentalidad abierta. Ahora mismo no las ves. ¿Cómo podrías saber lo que en ellas se encierra? Nada es como a ti te parece que es. Su santo propósito está más allá de tu limitado alcance. Cuando la visión te haya mostrado la santidad que ilumina al mundo, entenderás la idea de hoy perfectamente. Y no entenderás cómo pudo jamás haberte resultado difícil”.
Y vuelvo a recorrer mis objetos habituales, mirándolos de nuevo, con otros ojos, como si el amor que busco estuviera en ellos, sin prejuicios esta vez. ¿Qué me estaré perdiendo? Y les pido que se muestren, que se comuniquen conmigo en este juego que no entiendo pero que practico con ellos cada mañana: Dios está en mi ordenador… y lo miro buscándolo. Dios está en mi reloj… y deseo perder sus formas. Dios está en la lámpara… y me quedo por un instante colgado como ella de mis propias palabras, reverberando con Dios y la música de Su Nombre.
¿Qué me estaré perdiendo? Y me afano en descubrirlo. Seis veces me pide hoy de dos minutos y que repita la frase cada hora al menos. “Por lo menos una o dos veces deberías experimentar una sensación de sosiego mientras haces esto”. ¿Encontraré hoy lo que busco?
Joseluis