“No dejes que aprisione a Tu Hijo con leyes que yo inventé”. Escucho esta frase como si abriera una venta para ventilar una antigua habitación cerrada. Hoy respiro por fin aliviado al reconocer mi propia mediocridad, y mi fallido plan de vida que me agobia. Hoy me he visto el autor de mis propias limitaciones. Hoy me he dado cuenta que vivía asfixiado, sin aire. Hoy me desvisto de una piel que me viene pequeña, que no es mía. Hoy reconozco que mi naturaleza está más allá de lo que alcanzo a vez desde el lugar cerrado y constreñido donde yo mismo me he colocado. Hoy aspiro a recordar mi propia condición. Hoy veo mis cadenas y mis ganas de soltarme.
Sólo me queda esto por decir: “Tu Hijo es libre, Padre mío. No dejes que me imagine que lo he aprisionado con las leyes que yo mismo inventé para que gobernasen el cuerpo. Él no está sujeto a ninguna de las leyes que promulgué para ofrecerle más seguridad al cuerpo. Lo que cambia no puede alterarlo a él en absoluto. Él no es esclavo de ninguna de las leyes del tiempo. Él es tal como Tú lo creaste porque no conoce otra ley que la del amor”. -Tendré que repetirlo, pues tantas veces renuncié a mi naturaleza, que debo desandar ese camino a ninguna parte-.
“No adoré más ídolos ni creeré en ninguna ley que la idolatría quiera maquinar para ocultar la libertad de que goza el Hijo de Dios. El Hijo de Dios no está encadenado por nada excepto por sus propias creencias. Mas lo que él es, está mucho más allá de mi fe en la esclavitud o en la libertad. Es libre por razón de Quién es su Padre. Y nada puede aprisionarlo a menos que la verdad de Dios pueda mentir y Dios pueda disponer engañarse a Sí Mismo”. -Necesito hacer de esto mi credo, y desayunar, comer y cenar con ello. Lo reconozco-.
Joseluis