“Mía es la quietud de la paz de Dios”. -¡Qué belleza transporta esta frase y qué verdad! No obstante, vivo al margen de ella, acosado por las cosas de mi vida. Vivo de espaldas a esa capacidad, ignorando su disponibilidad, no la tengo en cuenta-. “Mía es la quietud de la paz de Dios” -repito tratando de reconocerla, de hacerla mi aliada, de aprender a usarla mientras veo como tratan de sepultarla mis afanes diarios.  Y pruebo a encarar con ella la voz en mi mente que me hostiga, y al hacerlo, la veo arrugarse y desaparecer. Ciertamente hay esperanza. Y continúo-: “Tal vez estés ahora listo para pasar un día en perfecta calma”. -Sí, veo la posibilidad-.

            “Si esto no fuese posible todavía, conténtate y siéntete más que satisfecho, con poder aprender cómo es posible pasar un día así”. -Te escucho- “Si permites que algo te perturbe, aprende a descartarlo y a recobrar la paz. Sólo necesitas decirle a tu mente con absoluta certeza: “Mía es la quie­tud de la paz de Dios”, y nada podrá venir a perturbar la paz que Dios Mismo le dio a Su Hijo”. – “Con absoluta certeza”, resuena en mi mente tratando de afianzarla. Es usándola como adquirirá toda la fuerza que contiene, escucho en mi interior como respuesta a mis vacilaciones y me tranquilizo. Ahora ya estoy preparado para pasar este día en perfecta calma-.

Continúo: “Padre, Tu paz me pertenece. ¿Qué necesidad tengo de temer que algo pueda robarme lo que Tú has dispuesto sea mío para siempre? No puedo perder los dones que Tú me has dado. Por lo tanto, la paz con la que Tú me agraciaste sigue conmigo, en la quietud y en el eterno amor que Te profeso”. –Arropado con Tu manto paso el día-.

joseluis