“El Hijo de Dios es mi Identidad”. Esta frase me dice quién soy ¡Tan lejos de lo que siento!

Es congruente con lo que vengo aprendiendo, pero oírmela me llena de melancolía. Hasta cuándo voy a estar perdido en identidades falsas. ¡Cuántas veces más lo he de repetir! Y oyéndome parece que estoy preso de otra voluntad extraña. No quiero caer ya en ese engaño. -las que haga falta hasta conseguirlo- me contesto para calmar mi impaciencia. Es mi estudio y mi decisión indivisa lo que preciso. “El Hijo de Dios es mi Identidad” -Me repito para que no se me escape nada. No puedo hacer otra cosa que repetirla; “El Hijo de Dios es mi Identidad”. Tampoco se me pide nada más. Estoy tan dormido que apenas comprendo su profundidad. Así me dice; La santidad de tu Ser transciende todos los pensamientos de santidad que puedas concebir ahora”. No está por el momento a mi alcance, viene a confirmarme, paciencia e insistencia me pide, no me desahucia.

Y sigue; “Su refulgente y perfecta pureza es mucho más brillante que cualquier luz que jamás haya contemplado”. -Ya veo, ni me lo imagino-. “Su amor es ilimitado, y su intensidad es tal que abarca dentro de sí todas las cosas en la calma de una queda certeza”. Nunca conocí algo así, o no puedo recordarlo. “Su fortaleza no procede de los ardientes impulsos que hacen girar al mundo, sino del Amor ilimitado de Dios Mismo”. Tengo una pena grande por el aislamiento en que me encuentro, por no poder conectar con esos sentimientos siendo míos y perteneciéndome. “¡Cuán alejado de este mundo debe estar mi Ser! Y, sin embargo, ¡cuán cerca de mí y de Dios!” Tengo pena de mí, por mi soledad elegida, por mi destierro propio y por mi insistencia en él.

            “Padre, Tú conoces mi verdadera Identidad. Revélamela ahora a mí que soy Tu Hijo, para que pueda despertar a la verdad en Ti, y saber que se me ha restituido el Cielo”. Le doy a esto.

Joseluis