“El perdón pone fin a todo sufrimiento y a toda sensación de pérdida”. Oigo esta mañana como respuesta a mi dolor y al que veo y siento de los desterrados por la guerra y el hambre. -El perdón pone fin a eso-, me dice… y no puedo dudarlo. -El perdón de quien lo ve y se conmueve ante él-, es decir, mi perdón. De mí depende. Si lo que veo aunque rechace, es la representación de mis subconsciente, eso es lo que debo perdonar. ¿Qué juicio hago de lo que veo? Y así comienzo mi perdón: -Padre, te entrego mi decisión equivocada que el hombre es un lobo para el hombre, que vivo entre traidores y que tengo que luchar sufriendo para alcanzar un poco de paz. -Esto es verdad la para mí, y me espanto. -Padre, sostén en mi mente la inocencia de mis hermanos y la mía, estoy perdido entre enemigos. Yo solo no puedo, es demasiado real para mí, pido ayuda porque estoy dispuesto a recibirla-. En un paseo por las nubes se convierte esto para mí.

“El perdón nos ofrece el cuadro de un mundo en el que ya no hay sufrimiento, la pérdida es imposible y la ira no tiene sentido. El ataque ha desaparecido y a la locura le ha llegado su fin”. “¿Qué sufrimiento podría concebirse ahora? ¿En qué pérdida se podría incurrir? El mundo se convierte en un remanso de dicha, abun­dancia, caridad y generosidad sin fin. Se asemeja tanto al Cielo ahora, que se transforma en un instante en la luz que refleja. Y así, la jornada que el Hijo de Dios emprendió ha culminado en la misma luz de la que él emanó”.

          Padre, quiero devolverte mi mente. La traicioné, sumí en la amargura y atemoricé con pensamientos de violencia y muerte. Ahora quiero descansar nuevamente en Ti, tal como Tú me creaste.

Joseluis