“Gobierno mi mente, la cual sólo yo debo gobernar”. Me quedo en blanco al escucharme esto. Me viene muy grande. Ni me siento al mando ni creo que me obedezca. Ni siquiera hubiera pensado que tenía nada que gobernar, bastante tengo con mi supervivencia. Y prosigo; Tengo un reino que gobernar”. Pudiera pensar que se trata de mi propia vida, sus movimientos, pero habla de mi mente. “Sin embargo, a veces no parece que yo sea su rey en absoluto, sino que parece imponerse sobre mí, y decirme cómo debo pensar y actuar y lo que debo sentir”. Sí… me siento una marioneta del destino.

            “No obstante, se me ha dado para que sirva cualquier propósito que yo perciba en él”. ¿Qué mi mente está a mi servicio, qué es una herramienta? “La única función de mi mente es servir” ¿Cómo manejarla Padre? Me siento incapaz. “Ponla hoy, al servicio del Espíritu Santo para que Él la use como mejor le parezca”.  Me extraña la propuesta y prosigue: “De esta manera, eres tú quien dirige tu mente, que sólo tú puedes gobernar”. Sí… el Espíritu custodia para mí mis reales y únicos pensamientos; los que comparto con Dios. Él es el albacea de mi verdadera herencia. Él soy yo mientras esté dormido. Ya comprendo todo… y mi locura. “Y así la dejo en libertad para que haga la Voluntad de Dios”. Lo haré durante todo el día.

Ahora puedo decir sin resistencias: “Padre, mi mente está dispuesta hoy a recibir Tus Pensamientos y a no darle entrada a ningún otro que no proceda de Ti. Yo gobierno mi mente, y te la ofrezco a Ti. Acepta mi regalo, pues es el que Tú me hiciste a mí”. Y a ver los resultados.

Joseluis