“Dios no me ha condenado. Por lo tanto, yo tampoco me he de condenar”. Debería aplicarme estas palabras a mi vida cotidiana. Si frente a las amenazas que me acosan, tan reales como parecen me preguntara: ¿Será esto cosa de Dios? Reconocería la imposibilidad de que me lleguen desgracias de Su parte. No, en los planes de Dios no puede tener cabida el sufrimiento. Y si Él no me condena ¿Por qué habría de hacerlo yo en Su nombre? Es un razonamiento para la serenidad.

Todo sobra. Mi Padre conoce mi santidad ¿Quién sino? “¿Debo acaso negar Su conoci­miento y creer en lo que Su conocimiento hace que sea imposi­ble?” -¿En el sufrimiento acaso, en la culpa? Vengo haciéndolo sin pensar-“¿Y debo aceptar como verdadero lo que Él proclama que es falso?” -Hasta hoy, no más- “¿O debo más bien aceptar Su Palabra de lo que soy, toda vez que Él es mi Creador y el que conoce la verdadera condición de Su Hijo?”. -Ahí pondré mi mente hoy, por todo el día-.

Padre, estaba equivocado con respecto a mí mismo porque no recono­cía la Fuente de mi procedencia”. –Así ando, confundido, perdido y asustado-. “No me he separado de ella para aden­trarme en un cuerpo y morir”. -¡Qué no me olvide, qué no me olvide!-. “Mi santidad sigue siendo parte de mí, tal como yo soy parte de Ti”. -¡Ah, mi santidad! por un momento la olvidé, la creí perdida-. “Mis errores acerca de mí mismo son sueños”. -Son pesadillas mas bien-. “Hoy los abandono. Y ahora estoy listo para recibir únicamente Tu Palabra acerca de lo que realmente soy”. –Padre, corrige mis percepciones distorsionadas por la inútil culpa en la que puse mi confianza, Padre, háblame, para que pueda dirigir mi atención únicamente a Ti, a tu Palabra y pueda reconocerme-.

Joseluis