“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”. -Ya la costumbre se está convirtiendo en hábito. Ya se vencieron las resistencias y el tedio hacia las repeticiones. Ya soy un poco menos cuerpo y un poco más libre, pues aprendí como poner allí mi mente. Ya puedo reconocerme un poco más independiente de todas las viejas creencias que me hacen sufrir. Ya puedo mirar un poco más y reconocer mi Apellido. Ya, un poco más me encuentro conmigo mientras sigo repitiendo-; “No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”.
“Sólo mi propia condenación me hace daño”. -Pude confirmar lo que estaba repitiendo al cruzarse por mi mente el comportamiento “inadecuado” de un hermano, correspondiendo y afirmando el juicio que de él tenía. Me asusté. Me lo pusieron delante-. “Mi condenación nubla mi visión, y a través de mis ojos ciegos no puedo ver la visión de mi gloria”. -Veo lo que quiero ver en su lugar, y resulta ser la miseria a la que mi juicio me lleva. Agradezco la corrección-. “Mas hoy puedo contemplar esta gloria y regocijarme”. – ¡Ayuda, yo soy mi propio torturador, quien conspira contra mí! Todo, por sostener mi razón y mi forma de ver las cosas. ¡Muéstrame mi gloria, la que busco por otros medios! –
“No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”. -Y me vuelvo al centro, a la columna vertebral de esta historia. Mientras me instalo, puedo ver como resbala sobre mi piel sin dañarla ni mancharla las amenazas de tantos peligros como presenta mi menú de hoy. Ya no me asusto, y sigo con mi protector de estómago- ; “No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”. -Hoy no tendré mi digestión pesada, tomé mi medicina-.
Joseluis
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