No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”. Estas frases me colocan ante mi propia contradicción que no debo olvidar; si no soy un cuerpo, y éste es el instrumento mediante el cual interactúo con el mundo y me fijo fuertemente a él, tampoco mi función estará ligada a este mundo ni regida por sus leyes. No me gobierna otras leyes que las de Dios. De ahí mi libertad. Da una respuesta tan clara a todo lo que me tiene sometido a diario, que por eso debo repetirla insistentemente, también cada día: “No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”. Hasta que sea más habitual que la triste rutina de los medios de comunicación de este mundo y sus normas de sufrimiento y muerte.

Bendigo al mundo porque me bendigo a mí mismo”. Me dispongo hacerlo. Tal vez mi sola voluntad sea lo que se necesite porque no me indica ningún otro mecanismo. Me guía: “La bendición de Dios irradia sobre mí desde dentro de mi corazón, donde Él mora”. Estoy siendo bendecido continuamente porque mi vinculación con el Padre no tiene intervalos, y ésa es la bendición que ofrezco al mundo para que se libere conmigo. “No necesito nada más que dirigirme a Él y todo pesar desaparece conforme acepto su infinito amor por mí” ¡Ay! Aceptar su infinito amor por mí… y nada más. ¿Y qué es lo que estoy haciendo? ¿En qué me distraigo? ¿Cómo puedo estar tan loco? Hoy lo dedico a soltar mis apegos particulares a este mundo y dar entrada a Su amor.

No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”. Ya no me importa la información que recibo de cansancio, tedio o aburrimiento. Puede más mi decisión de sanar. Y prosigo; “No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”. Hasta romper la cadena que me ata a la rutina de mi cuerpo que me habla de muerte.

Quince minutos en la mañana y la noche y un recordatorio cada hora, es lo que necesito.

Joseluis