No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”. Un clásico ya para comenzar el día. Lo repito desde la cama. Mi primer pensamiento, mi saludo al día. Nada más despertarme me lo digo. Me siento feliz de este automatismo. Realmente es una declaración de mi voluntad de independencia de las leyes del mundo. Por el momento nada más que una declaración, pero sostenida. Cuando mi voluntad sea indivisa, no necesitaré más declaraciones, por el momento repito decidido y obediente; “No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”.

Deseo la paz de Dios”. Lo que me distrae es pensar que esa paz está tras la feliz consecución de tantas metas menores con las que tengo que enfrentarme cada día. Si supiera que es eso lo único que busco; Su paz, dejaría tantos afanes dispersos que me distraen y me centraría en esto; “Deseo la paz de Dios”. Ésa es mi única pretensión. “La paz de Dios es lo único que deseo”. ¡Qué se abra el cielo para mostrármelo! “La paz de Dios es mi única meta, la mira de todo mi esfuerzo aquí, el fin que persigo, mi vida y mi función, mientras habite en un lugar que no es mi hogar”. Y esa paz está conmigo ¡Qué me de cuenta ya!

No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”. Vuelvo de nuevo a la base de todo. En las verdades que contienen estas frases están mis esperanzas de cambio. Las repito con ganas y sin ellas, con emoción y sin ella, distraído y concentrado. A veces, tengo que callar las críticas de mi ego, notario de mi eficacia como estudiante, y continuar apoyado en la confianza que tengo puesta en el Maestro que me lo dicta, que no en mí, y obediente, sin calificarme como estudiante, prosigo: “No soy un cuerpo. Soy libre. Pues aún soy tal como Dios me creó”.

joseluis