No hay más paz que la paz de Dios”. “Deja de buscar” -continúa, deja de buscar paz en las cosas que persigues a diario; tener salud, llegar a final de mes, amores… Y se hace el vacío porque me dice que es inútil que la busque ahí-. “No hallarás otra paz que la de Dios. Acepta este hecho y te evitarás la agonía de sufrir aún más amargos desengaños y la gélida sensación de desesperanza y duda” -¡Cuánta razón tiene, cuánto sé de eso!- “Si quieres hallar escapatoria tienes que cambiar de parecer con respecto al propósito del mundo”. -Nada de lo que persigo me ha traído jamás paz duradera ¡Y aun así continúo en la misma dirección! –

Realmente no conozco otra opción. El mundo y sus metas son mi clavo ardiendo pero no tengo otro. “deja de lado toda esperanza de hallar felicidad donde no la hay” -¡Qué costoso para mí, apuntar ahora hacia el vacío!- “Deja de buscar. Has llegado a donde el camino está alfombrado con las hojas de los falsos deseos que anhelabas…”. -Sí, de sufrimiento, desengaños y de duda. “No busques ídolos. La paz no se puede encontrar en ellos”. -La paz es tuya, pero para alcanzarla no debes albergar otras metas, me asegura finalmente. Otro paso más; abandonar cualquier otra meta mundana, olvidarme de procurarme felicidad por mi cuenta; sólo la paz de Dios-.

Me abrumo, y sale en mi ayuda “Nos encontramos muy cerca de nuestro hogar, y nos acercamos aún más a él cada vez que decimos: No hay más paz que la paz de Dios y estoy contento y agradecido de que así sea” –Sólo repetir la frase, poner delante de mi entendimiento lo que no puede sino ser verdad. Repetir como el que martillea. Cada golpe un avance, esta vez en la dirección adecuada, en la esperanza de soltar mi clavo ardiendo y no sentir más el miedo!-

Joseluis