“No soy un cuerpo. Soy libre”. -Me he complacido repitiéndola. Lo he hecho durante toda mí meditación. En eso ha consistido. Como el que pasa la plancha por una arruga persistente. Y he sentido como pocas veces su beneficio… y mi propia columna de respuestas; -sí, lo que tú digas, pero luego después desayuna, tómate las medicinas… que si no estuvieras pendiente de él no existirías-. Viejo, conocido, cansino y pertinaz escucho a mi ego hacerse el necesario. Y es él-.

“El cuerpo es un límite. El que busca la libertad en un cuerpo lo hace donde no puede hallarla”. -Habla de mí, que me paso preocupado por su estado la mayor parte de mi tiempo. ¡Cuánta plancha necesito! Como un aldabonazo leo-: “Declara tu inocencia y te liberas”. -Corto y claro. Mis culpas están contenidas y soportadas por mi cuerpo. Entiendo… si el perdón es mi única actitud, mi cuerpo desaparece. Por eso, cada vez que me repito-; “No soy un cuerpo. Soy libre”. -Niego el cuerpo y la culpa que contiene. Mano de plancha-.

“Ten en gran estima esta idea y ponla en práctica hoy y cada día”. -Es fácil para mí, lo vengo haciendo-. “Sé libre hoy. Y da el regalo de libertad a todos los que creen estar esclavizados en un cuerpo”. -Que los vea libres igualmente, me pide. Dar y recibir… ya entiendo-. “Acepta la salvación ahora, y entrégale tu mente a Aquel que te exhorta a que le hagas este regalo”.

Practica debidamente, vuelve a recomendarme, el pensamiento que el Espíritu Santo te da hoy: “No soy un cuerpo. Soy libre: Oigo la Voz que Dios me ha dado, y solo esa Voz mi mente obedece”. -Que no suelte la plancha me pide-. “Dios mismo extiende su Amor y su felicidad cada vez que lo haces”. -Plancha, plancha, plancha-.

joseluis.