“Padre nuestro… De este modo es como llevamos nuestras prácticas hasta Ti. Si tropezamos Tú nos levantarás”. –Y preparo mi mente cada día repasando las oraciones del inicio-. “Dios es Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”. -Ya me voy haciendo con la frase, tanto, que a una parte de mi mente ya le cansa, puro miedo, se siente amenazada, estoy en el camino. Me gusta escuchar sus protestas porque al reconocerlas puedo desentenderme de ellas y proseguir con mis repeticiones-.

Doy los milagros que he recibido”.  -Y acepto sin cuestionar, aunque el descreído que vive conmigo me replica; ¿qué milagros son esos? Padre, no estoy para cuestionar nada sino para aceptar Tu Palabra, y me dedico a hacerlo-: “Doy los milagros que he recibido”. -¡Qué sabré de milagros! Y acepto encantado la función de repartidor de milagros que me adjudicas ¡Tú sí que sabes!-

“Dios es Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”. -Escucharme, mientras repito esta frase una y otra vez, vuelve a centrarme en ella por encima de mis resistencias y distracciones, y me adentro en una dimensión donde desaparecen las contrariedades y el miedo. Allí está la paz-.

Yo estoy en mi hogar. El miedo es el que es un extraño aquí”. -Como un escudo, como una pica que marca mi lugar, mi estado y mi única defensa-. “Yo estoy en mi hogar. El miedo es el que es un extraño aquí”. -Me repito mientras veo alejarse las viejas amenazas que pesan sobre mí. ¡Padre, qué no me olvide de la condición que me diste! –

“Dios es Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”. -Como una apisonadora para los recelos y las sospechas, las culpas y los duelos, los pecados y los miedos. Mi decisión frente a mi indeterminación crónica.  La cordura frente a la contradicción-.

joseluis.