“Padre nuestro, afianza nuestros pasos. Aplaca nuestras dudas, aquieta nuestras santas mentes y háblanos…”-Y escucho de nuevo-: “Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”. -Y ahora es sólo mi voz repitiendo la Suya que me atrapa y por un instante se disuelven mis miedos y mis preocupaciones… y llega la paz-.

En mi indefensión radica mi seguridad”. -No quiero oír la columna de respuestas que contra esta afirmación tengo almacenadas en mi cabeza. Es difícil compaginar mis preocupaciones de este momento con esta frase. Por una vez las aparco conscientemente y me centro en la afirmación que no es mía pero es para mí de Quien me conoce, y repito sin cansarme-: “En mi indefensión radica mi seguridad”.  -Me engancho a ella por un rato, y unos ángeles vienen a flanquear mis costados. Gracias Padre-.

Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”. -Retomo de nuevo esta verdad obvia pero olvidada, y según la repito siento mi cuerpo y sus circunstancias perder definición e importancia, hasta desaparecer por un instante… y la paz-.

Me cuento entre los ministros de Dios. -¡Qué tengo yo que decir de mí mismo! ¡Qué contradicción quiere salirme al paso! Me aquieto y escucho el dictamen que hace de mí el Que Sabe. Y acepto, mientras me escucho repetir-: “Me cuento entre los ministros de Dios”. -¿Quién soy yo para contradecirle? Y me uno a todos los maestros que hoy repiten conmigo esta aceptación-.

Dios es sólo Amor y, por ende, eso es lo que soy yo”. -Mi mente está preparada. Siembro la frase como grano en un campo labrado y abonado. La esparzo repitiéndola, comprobando que es para mí y es mía, mientras siento disolverse el mundo que hace un momento me sostenía…y la paz-.

Joseluis