“Me encuentro entre los ministros de Dios”. -Una frase abrumadora que me desconcierta. Ante mi estupor me sigue hablado-: “Tu papel no es juzgar tu valía, ni tampoco podrías saber que es lo mejor para ti”. -Me tranquiliza y prosigue-. “El Espíritu Santo escoge y acepta tu papel por ti, toda vez que ve tus puntos fuertes y es consciente de dónde puede hacer mejor uso de ellos”. -Vale, si es así… Y sale al paso: “Él no actúa sin tu consentimiento”. ¿De qué se trata pues? oigo a mi desconfiado preguntar-:“El mensajero no escribe el mensaje ni cuestiona a quien lo escribe, ni pregunta por qué va dirigido a quienes lo trasmite. Sólo necesita aceptarlo y entregarlo”.
Hay una diferencia con los mensajeros del mundo: “Los mensajes que transmiten van dirigidos en primer lugar a ellos mismos. Y solo cuando los aceptan pueden trasmitirlos allí donde se dispuso que fueran recibidos”. -Y leo-: “Tú eres ahora el mensajero de Dios” -Me impacta el anuncio. Y prosigo leyendo- “¿No quieres recibir los mensajes de Dios?” -Claro, me escucho decidido-. “Pues si es así, eres Su mensajero” -Y me siento empujado- “Eres nombrado ahora”.
Pues adelante. Mi práctica de hoy es darle a Él lo que es Su Voluntad tener; mi voz, mis manos, mis pies y mi voluntad unida a la Suya. Hoy debo aprender que no reconoceré lo que he recibido hasta que lo haya dado. Una vez más, lo mismo de siempre. Me centro en la lección de hoy: “Me cuento entre los ministros de Dios, y me siento agradecido de disponer de los medios a través de los cuales puedo llegar a reconocer que soy libre”. -Por la mañana y por la noche, el tiempo que pueda-. “El mundo retrocederá según iluminemos nuestras mentes con estas palabras”. -Y me agarro a esta profecía: “Pues al demostrar que no acepto otra voluntad diferente de la que comparto, Sus numerosos dones aparecerán de inmediato ante mi vista, llegarán a mis manos y así reconoceré lo que he recibido”. Y entre horas también me conectaré.
joseluis.