A la hora en punto: “Mías son la paz y la dicha de Dios”. -Es el recordatorio de algo con lo que no cuento. La actividad que me supone sostener esta vida hace que me olvide de ello, de lo principal. Suena esta mañana en mi cabeza como contrapunto a la locura que me rodea, como una rectificación, un golpe de timón hacia la cordura, como una esperanza, y me gusta quedarme ahí, repitiendo-; “Mías son la paz y la dicha de Dios…” -Olvidando por ese instante todo lo demás-.

Hoy aceptaré la paz y la dicha de Dios en grato intercambio por los substitutos de la felicidad y la paz que yo mismo inventé”. -Parece que quiere apoyarme en mi deseo recuperado de abandonar las metas que vengo persiguiendo para procurarme por mis medios la felicidad… y lo pone en mi boca. Asiento mientras lo leo y espero su definitiva llegada-.

Media hora más tarde: “Déjame aquietarme y escuchar la verdad”. -Como un ruego. Ayúdame a perder el interés por lo que me rodea. Ayúdame a reconocer donde está lo que realmente vale la pena. Ayúdame a dejarme sostener por Ti-. “Déjame aquietarme y escuchar la verdad”. -Y abandono el debate de mis pensamientos, su trasiego, su cortina la humo… por un momento-.

Permite que mi débil voz se acalle, para poder oír así la poderosa Voz de la Verdad Misma asegurarme que yo soy el perfecto Hijo de Dios”. -Y en un santuario desconocido y hermoso que me acoge y donde quiero quedarme-.

¡Qué sólo escuche hoy Tus pensamientos Padre, qué sólo Tus noticias respondan a las amenazas que me abruman, qué sólo encuentre acomodo en ellas y qué vea en mis manos florecer Tu anuncio, como mi primavera!

joseluis.