Primera hora: “La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad”. -Una fuerte corrección hacia la verdad, una sacudida de cordura y realidad. Una vacuna contra el dolor y la desesperación. Me complazco en repetirla y sentir recolocarse mis neuronas-: “La Voluntad de Dios para mí es perfecta felicidad”. -Incuestionable, no puede ser de otra forma. Y me quedo ahí, reconociéndolo, mientras me lo digo una y otra vez con la esperanza de desaprender todo lo demás-.

Lo único que me puede hacer sufrir es la creencia de que hay otra voluntad diferente de la Suya”. -Sí, debo escuchar otra voz que me dice que estoy solo y soy culpable, otra voz que me abruma con un futuro incierto, un pasado de pecado y un presente de dolor. Sí, tengo otro dios castigador, que sólo me premia cuando cumplo sus caprichosos deseos difíciles de averiguar y de seguir. ¡Estoy perdido!-.

Segunda hora: “Comparto con Dios mi voluntad de que yo sea feliz”. -Si alguna vez tuve otro pensamiento, ya pasó. Sólo busco la felicidad ¡Qué bien me sienta la cordura! Este Dios del que me habla y con el que trata de comunicarme, es diferente del que he albergado en mi mente, tiene mi mismo objetivo; mi felicidad. Este Dios, sí debe ser mi padre-.

Comparto lo que la Voluntad de mi Padre dispone para mí, Su Hijo”. -Y me gusta el título que me da; “Su Hijo”. Acepto la herencia de mi Padre, me pongo de acuerdo-. “Lo que Él me ha dado es lo único que quiero. Lo que él me ha dado es lo único que existe” -¿Por dónde se me cuela el miedo? Es mi voluntad quebrada que ahora corrijo-.

Sólo hay felicidad. Su legado para mí. Digo amén al repetirlo y sostener en mi mente Su recuerdo, para limpiarla de otras voluntades diferentes que me abusan con mi consentimiento.

Joseluis