“Mi función y mi felicidad son una”. Cuesta creérselo a la primera, tan acostumbrado como estoy al esfuerzo, al sacrifico y al fracaso de mis estrategias para obtenerla. Cuesta creerse que cualquier función que no me dé la felicidad desde el comienzo no sea mía. El propósito de la práctica de hoy es acep­tar que no sólo existe una conexión real entre la función que Dios te dio y tu felicidad, sino que ambas son lo mismo. Dios te da únicamente felicidad. Por lo tanto, Su función para ti tiene que ser la felicidad, aunque parezca ser otra cosa”. Reflexionaré sobre esto: “Dios me da únicamente felicidad. Él me da mi función. Por lo tanto, mi función tiene que ser la felicidad”.

           Es fácil para mí; El Padre debió desear lo mejor para mí es obvio, Él desearía mi felicidad completa ¿Qué otra cosa iba a anhelar para su Hijo? Lo que Él desea se cumple en el acto, nada puede oponerse a ello, por tanto, la felicidad debe estar envolviéndome. Por otra parte, al crearme lo hizo con una función y cuando pensó en mí me dio Su función, por tanto deben ser las mismas. Así me habla la razón. En el Cielo todo es perfecto. Pero hay otra voz en mi mente que me dice que la felicidad buscada debe ser el premio a un esfuerzo de crecimiento y evolución. Esa voz, con su pretensión de santidad, no me conoce, ni sabe nada de perfección ni de lo que conlleva, ella me dice que debe ser merecida, conquistada y que existe un estado donde la felicidad no se da. A ella es a quien debo de estar escuchando a juzgar por la vida que llevo de sufrimiento y fracaso. Hoy puedo cambiar: “Prestarás oídos a la locura, o bien oirás la verdad”.

De refuerzo me pide que recuerde cada media hora: “Mi función y mi felicidad son una porque Dios me dio las dos”. Menos de un minuto me durará reconocer la verdad que contiene.

Joseluis