“Mi única función es la que Dios me dio”. Esta afirmación lleva incluida la idea de que realmente no tengo ninguna otra y es pertinente decirlo, recordarlo, porque La salvación no podrá ser tu único propósito mien­tras sigas abrigando otros”. Debo entender y aceptar su verdadero significado pues: “La idea de hoy te ofrece escapar de todas tus difi­cultades y pone en tus manos la llave que abre la puerta de la paz, que tú mismo cerraste”. Me vale mucho la pena hacerlo.

A partir de hoy deberé reservar 10 o 15 minutos para la sesión larga a la misma hora. “El propósito de esto es organizar tu día de forma que reserves tiempo para Dios, así como para las metas y objetivos triviales que persi­gues”. Esta autodisciplina es la que usará el Espíritu Santo para el proyecto que comparte conmigo, me dice, es importante entonces. Comienzo con los ojos cerrados y al repetir la lección busco los pensamientos que tratan de distraerme, los observo desapegadamente y me digo: “Este pensamiento refleja un objetivo que me está impi­diendo aceptar mi única función”. Al cavo de un rato desaparecerán. Es un juego divertido y el momento adecuado para decir: “Que en este espacio limpio quede escrita mi verdadera función”. Acabo reflexionando sobre la importancia de la idea, el alivio que me trae al resolver mis problemas y lo que deseo la salvación a pesar de tanta distracción como he incorporado a mi vida.

Las sesiones cortas también debo establecerlas cada hora. Pongo la alarma de mi celular. Un invento del ego que usaré para burlarle, que me parto de risa. Consistirán en repetir: “Mi única función es la que Dios me dio. No quiero nin­guna otra ni tengo ninguna otra”.

Joseluis