“Yo soy la luz del mundo”. -¡Cómo vas a ser tú eso, me escucho, tan envuelto en problemas como estás! Hoy no me siento representado sino burlado-. Para el ego la idea de hoy es el epítome de la auto-glorifica­ción. -Ya lo veo y lo siento como un pecado de orgullo- Pero el ego no sabe lo que es la humildad y la confunde con la auto-degradación”. -Prosigo-: “¿Quién va a ser la luz del mundo sino el Hijo de Dios?” -Esta frase me devuelve a la razón, me trae la cordura; tiene que ser así, aunque no lo aparente. Y desde esta convic­ción prendida con alfileres, prosigo apuntalándola:

“La humildad requiere que aceptes la idea porque es la Voz de Dios quien te la da. Es un paso gigantesco que te conducirá al lugar que te corresponde ocupar en la salvación. Contiene tu derecho a la salvación y el reconocimiento del poder que se te ha otorgado para salvar a otros. Humildad es aceptar el papel que te corresponde en la salvación y ningún otro. Negar tu capacidad es arrogancia y eso siempre cosa del ego”.

-Reflexiona sobre la idea de hoy tan a menudo como puedas, me dice-; “Es la respuesta perfecta a tus ilusiones y tentaciones, porque lleva todas las imágenes que has forjado ante la verdad y te ayuda a seguir en paz, sin agobios y seguro de tu propósito”. -Debo comenzar con-: “Yo soy la luz del mundo. Ésa es mi única función. Por eso estoy aquí”. –y permitir que lleguen a mi mente pensamientos afines: Donde estoy desparecen los problemas, yo contengo los milagros que el mundo necesita, mi luz desvanece el miedo y la locura, mi presencia restablece el orden… -Me complazco en esto. Me pide una sesión más larga en la mañana y en la noche-.

Joseluis