“Te amo. Padre, y amo también a Tu Hijo”. Cuando lo repetía esta mañana cerraba unas hipotéticas cortinas que daban al mundo. Sólo si me olvido de lo que ocurre aquí, puedo repetirlo sin sentirme un falso. Y proseguía con la esperanza de que la parte de mí que sabe que eso es cierto despierte. No es eso lo que vivo cada día, si lo fuera, no tendría que hacer ejercicios, y ni siquiera estaría en este mundo. A lo más que llego es a añorar a mi Padre como remedio al miedo que me rodea, y con Su Hijo ¡ay con su Hijo! Él es quien me asusta, que lo siento diferente y contrario a mí. Y donde hay resentimiento no hay amor ¡Cuántas repeticiones necesito!

“Mi gratitud hace posible que mi amor sea aceptado sin miedo”. Una frase críptica. En el único lugar donde puedo encontrar gratitud es Él, y en la esperanza de que en Su Nombre me espera la calma. “Y, de esta manera, se me restituye por fin mi Realidad”. -Cuando invoco Su nombre y me olvido de los nombres de las cosas que yo mismo bauticé en sueños-. “El perdón elimina todo cuanto se interponía en mi santa visión”. -Y puedo por fin sentirme libre- “Y me apro­ximo al final de todas las jornadas absurdas, las carreras locas y los valores artificiales. En su lugar, acepto lo que Dios establece como mío, seguro de que sólo así me puedo salvar, y de que atravieso el miedo para encontrarme con mi Amor”.

          “Padre, hoy vengo a Ti porque no quiero seguir otro camino que no sea el Tuyo. Tú estás a mi lado. Tu camino es seguro. Y me siento agrade­cido por tus santos regalos: un santuario seguro y la escapatoria de todo lo que menoscabaría mi amor por Dios mi Padre y por Su santo Hijo. –¡Cómo necesito oír esto, nutrirme de la seguridad que transporta y el agradecimiento que me llega!-

Joseluis