“El perdón es el único regalo que doy”. Al repetirlo siento interferencias. Me vienen precisamente escenas en las que el dolor por la actuación de algún hermano se hace muy claro. Ahí están mis resistencias al perdón. Agradezco la guía del Espíritu en mi mente que me las presenta. No tengo nada que hacer, y las veo pasar mientras repito la lección de hoy y me voy calmando. Sí, mi perdón es el regalo que pido para cada una de ellas. Puedo apartarme esta vez conscientemente del resentimiento que subyace a cada una de ellas y permitir que el milagro ocupe su lugar. Nada gano conservando lo que no me gusta, lo que me hace daño. Nada gano con sostener el tiempo para la venganza o el ajuste de cuentas, sólo mi dolor.

            “El perdón es el único regalo que doy, ya que es el único regalo que deseo”. -¡Cuánta coherencia, cuanta paz!- “Y todo lo que doy, es a mí mismo a quien se lo doy”. -Ya entendí Padre, ya entendí- “Ésta es la sencilla fórmula de la salvación”. -Hoy vacío mi almacén de rencores- “Yo, que quiero salvarme, la adoptaré, para regir mi vida por ella en un mundo que tiene necesidad de salvación y que se salvará al aceptar la Expiación para mí mismo”. -Hoy perderé todos mis enemigos, hoy desaparecerán las amenazas, hoy será el día en que dejará de ponerse el sol en mi vida.-.

            “Padre, ¡cuán certeros son Tus caminos; cuán seguro su desenlace final y cuán fielmente se ha trazado y logrado cada paso de mi salvación mediante Tu Gracia! Gracias a Ti por Tus eternos regalos, y gracias a Ti también por mi Identidad”.– Y por estar aquí, a mi alcance, entre estas líneas que cada mañana tomo como mi desayuno-.

Joseluis